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La tradición del Vestido Blanco

El vestido de novia blanco, tal como lo conocemos hoy en día, es una tradición que nace en 1840, en la boda de la Reina Victoria, con su primo, el príncipe Alberto de Saxe-Coburg.
La reina británica, con el fin de apoyar y fomentar el interés en la industria textil tradicional, particularmente la artesanal de encaje, que se había visto seriamente afectada por el desarrollo de la Revolución Industrial a finales de los 30, decidió cambiar el tradicional vestido de novia real, de telas metalizada y bordados con hilos de oro y plata,  por uno totalmente inusual para las nupcias monárquicas.


La Reina dispuso que la característica principal de su vestido fuera una gran pieza de encaje Honiton elaborado a mano, diseñado por William Dyce, director de la entonces Escuela de Gobierno de Diseño.

La creación era tan magnífica que para apreciarse en su esplendor decidieron montarla sobre un vestido de satén blanco pesado de Spitalfields, Londres,  hecho por Mary Bettans.  Todo el vestido se hizo en Gran Bretaña, por lo que el acontecimiento fue visto como una declaración política y acto de patriotismo de una digna reina interesada por su país. 

Las imágenes de la boda real, retratos, grabados y fotografias de la reina luciendo el vestido, fueron reproducidas y difundidas mundialmente, siendo un modelo inspirador  para las novias de la época.
Sin embargo, en la década de 1840, la tela blanca y el tejido de encaje seguían siendo muy caros y difíciles de mantener por lo que sólo podían acceder a este privilegio las mujeres de las clases sociales más altas. Casarse de blanco, era un símbolo de poder económico y de status social. Fue recién en las décadas de los 50 y 60 que la tendencia del blanco nupcial se popularizó y propagó rápidamente, debido al ascenso de la burguesía que tenía los ingresos y medios para imitar las costumbres y vida de la clase alta. 
Según la revista estadounidense “Godey's Lady's Book”  la reina Victoria  era un modelo a seguir por su feminidad, moral e intelecto, y publicó en su semanario “la costumbre ha decidido, desde las edades más tempranas, que el blanco es el color más adecuado, cualquiera que sea el material, es un emblema de la pureza y la inocencia de la infancia, y el corazón inmaculado que ahora cede a la elegida”. El blanco, además, adquirió un nuevo significado cuando en 1854 la Iglesia Católica reconoció el dogma de la Inmaculada Concepción y lo convirtió en un símbolo de pureza.   

La reina victoria aunque no fue la primera en casarse de blanco (otras mujeres de la realeza como Anne de Inglaterra, la princesa Caroline de Brunswick y su hija Charlotte optaron por el mismo color para su día de bodas tres siglos antes) fue quien inspiró a las mujeres occidentales a convertir este hecho en una tradición cultural  que perdura hasta la actualidad. 

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